Bioenergía en Argentina

El especialista Martín Battaglia adelanta que la generación de nuevo conocimiento científico será una de las claves para definir escenarios claros y expresar el potencial del sector en nuestro país.

En los últimos años el sector de los biocombustibles experimentó un deterioro en Argentina, con una caída en la producción de bioetanol de un 16% entre 2018 y 2019 y del 15% en biodiesel entre 2017 y 2018. Sin embargo, ‘la taba puede darse vuelta’ en el mediano plazo y buena parte de ese destino está en nuestras manos.

Según un informe de la consultora KPMG, el mercado interno sigue siendo un importante motor de desarrollo del sector quedándose con alrededor del 43% de la producción de biodiesel y la totalidad de la de bioetanol. En este sentido, la expiración en 2021 de la Ley de fomento a la producción de biocombustibles (N°26.093) ofrece una nueva oportunidad para crear un marco interno favorable. Otro soplo de optimismo viene de la mano del acuerdo comercial con la UE, ya que, si bien el biodiesel no está incluido entre productos con disminución arancelaria en una primera etapa, las perspectivas a futuro son alentadoras teniendo en cuenta la gran dependencia que el sector tiene de esta región.

 En entrevista con Aapresid, el Dr. Martín Battaglia, Investigador de la Universidad de Cornell Nueva York, adelanta que la demanda de biocombustibles en Argentina podría no menos que triplicarse en los próximos 10 años sólo con aumentar a más de 20% el uso de bioetanol en los cortes actuales de combustibles para consumo automotriz. Si a esto le agregamos la posibilidad de aumentar la exportación y su uso a escala industrial doméstica, la potencialidad es enorme”.

En el escenario internacional, Battaglia afirma que Argentina puede transformarse en exportador de energías renovables, pero que para ello uno de los principales desafíos será la generación de nuevo conocimiento. “Necesitamos investigar sobre la sustentabilidad económica, agronómica y medioambiental de la actividad. Cuantificar y clarificar los costos de producción bajo diferentes sistemas de la frontera agrícola será clave para crear un marco de certidumbre y conocimiento que nos permita generar proyectos bioenergéticos que se adapten a las demandas industriales, sociales y ambientales del presente y el futuro”.

Al hablar del uso de residuos de cosecha para la producción de biocombustibles, es inevitable dudar sobre su compatibilidad con el sistema de siembra directa. Al respecto, Battaglia asegura que “la actividad puede desarrollarse sin condicionar la sustentabilidad del sistema ni el secuestro de carbono en suelo, siempre y cuando se respeten los límites máximos de remoción para diferentes condiciones climáticas y de manejo”. Aquí nuevamente aparece la necesidad de saber más. “Antes de ser exportadores de bioenergía debemos conocer en el mediano y largo plazo, para diferentes condiciones edáficas, climáticas y de manejo, cuáles son los umbrales a partir de los cuales la remoción comienza a ir en detrimento de la salud del suelo, los rendimientos y el aumento de costos de producción vía reposición de nutrientes”. Los datos disponibles demuestran que estos límites estarían entre el 25 y 50% de remoción de residuos, pero corresponden en su mayoría a estudios de principios de los 70’ en el cinturón maicero de EE. UU. bajo maíz como monocultivo. “Esto limita la extrapolación de los resultados a nuestras condiciones”, advierte el Investigador que lidera los primeros estudios en esa línea para rotaciones de maíz-trigo/soja en EE. UU.

Otra de las controversias de los biocombustibles es su posible competencia con la producción de alimentos. “La competencia sólo es posible en el caso de biocombustibles provenientes de granos de cereales y oleaginosas y de cultivos cuyo único fin es la generación de energía. En el caso de utilización de residuos, estos son “subsidiados” por la producción de grano y, por tanto, no compiten con la producción de alimentos. Por otro lado, la utilización de granos de cultivos para proyectos bioenergéticos es excesivamente costosa y debería dar paso a otras formas de producción más amigables con el ambiente y más comprometidas con las sociedades modernas.”.

En ese camino, Battaglia explica que, para maximizar la producción de biocombustibles sustentable desde el punto de vista económico, ambiental y con altos estándares morales desde el punto de vista social, será clave la correcta asignación de tierras. “Los cultivos perennes para bioenergía deberían destinarse a áreas marginales mientras que en las mejores tierras la producción de alimentos debería ser prioridad. La utilización de residuos de cosecha como actividad secundaria puede acoplarse eficientemente a estos sistemas”.

 En un contexto de cambio climático, los proyectos que incluyen cultivos bioenergéticos y producción de biogás pueden generar una disminución de los gases de efecto invernadero (GEI) en forma directa y en el cortísimo plazo respecto de las fuentes fósiles. “Estamos hablando de una fotosíntesis presente que genera productos directos o indirectos capaces de recapturarse vía fotosíntesis. A esto lo conocemos como economía del carbono cero o de carbono negativo”. Respecto de lo último, Battaglia aclara que “si bien algunos autores señalan que los proyectos bioenergéticos podrían ser carbono positivos, implicando una liberación neta de GEI, la combustión de fuentes fósiles producto de una fotosíntesis ocurrida miles de años atrás sería siempre más contaminante en cualquier escenario de análisis”.  Además, existen trabajos que señalan que la remoción de tasas variables de residuos de cosecha de maíz podría disminuir el flujo de GEI al disminuir la oferta de carbono o nitrógeno rápidamente disponibles para la actividad microbiana del suelo y, por ende, sus tasas de respiración. Por último, los cultivos bioenergéticos perennes como Miscanthus, Switchgrass, Arundo Donax entre otros, permiten un masivo y seguro secuestro de carbono a largo plazo en suelo.

 

Fuente: Prensa Aapresid

 

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