Técnicos del Senasa, del Ente de la región Sur y del INTA detectaron ninfas en pleno desplazamiento. Reconocen que la plaga amplió su área de dispersión y consumo del recurso forrajero, lo que podría generalizarse en diciembre. Recomiendan realizar un manejo integrado de plagas.
Conocidas como tucura sapo, Bufonacris claraziana es una de las especies más dañinas sobre el recuso forrajero en la región patagónica y en Río Negro, en particular. Se trata de una especie polífaga y voraz que consume prácticamente todo el material verde que encuentre a su paso, desde los tiernos pastos de los mallines hasta los más duros de la estepa. Recomendaciones del INTA para su control.
“En la Argentina, las explosiones demográficas de algunas especies de acridios son un fenómeno recurrente”, explicó Valeria Fernández Arhex, especialista del INTA Bariloche e investigadora del Conicet (IFAB).
De todos modos, la especialista reconoció que “se detectaron mangas de ninfas de B. claraziana o tucuras sapo en pleno desplazamiento en la línea sur de la provincia de Río Negro”.
“La plaga se encuentra en plena evolución y amplió su área de dispersión, como así también su consumo del recurso forrajero”, indicó la especialista del INTA y agregó: “Esta situación va a continuar hasta el comienzo de la oviposición de las hembras adultas y se podría generalizar a mediados de diciembre”.
En este sentido, Fernández Arhex no dudó en asegurar que, “aunque esporádicas y localizadas, las explosiones demográficas de B. claraziana o tucura sapo tienen efectos devastadores sobre los pastizales donde se desplazan disminuyendo seriamente el forraje disponible”.
Frente a este contexto, Fernández Arhex consideró urgente la intervención de los productores para el control de la plaga, con la asistencia de organismos e instituciones oficiales nacionales y provinciales.
Para el control efectivo de esta especie, la especialista del INTA recomendó un manejo integrado de plagas (MIP) que consiste en la integración de las diferentes tácticas normalmente empleadas que incluyen el control biológico, el cultural, el uso de cebos y, por último, el químico.
Con respecto al último punto, la investigadora subrayó que, “sólo se deben utilizar aquellos insecticidas registrados por el Senasa”, como así también recalcó la importancia de “implementar todos los elementos de protección personal adecuados”. “Resulta clave cuidar el ambiente y trabajar conforme a las buenas prácticas agrícolas y el uso responsable de productos fitosanitarios”, concluyó.
Asimismo, ponderó el rol que ocupan los controladores biológicos en tucuras, tales como las aves insectívoras, que pueden regular la población de una plaga y beneficiar al ambiente. Tales como Loica común, Tero, Sobrepuesto común, choique, Becasina común, Bandurria, Cachirla común, Pico de plata, Gaucho Serrano, lagartijas y aves de corral como pavos o gallinas.
También hay hongos y bacterias del suelo que pueden atacar los huevos de tucuras. Otros controladores biológicos son microsporidios patógenos de invertebrados, como Paranosema locustae, parásitos intracelulares obligados que infectan los adipositos del cuerpo graso, órgano que, en los insectos, cumplen un rol vital en el metabolismo intermedio y en el almacenamiento de energía.
“De este modo, —detalló Fernández Arhex— el entomopatógeno interfiere en el metabolismo del hospedador y compite con este por reservas energéticas vitales, es decir, consumen el tejido adiposo, disminución del peso corporal y/o de la fecundidad y longevidad de los adultos y letargia, entre otros cambios”.
Al detalle
Según especificó Fernández Arhex, en el país, existen 204 especies de tucuras y langostas distribuidas por la mayoría de las provincias, de las cuales 19 podrían generar daños de relevancia económica. Entre las más dañinas sobre el recuso forrajero en la región patagónica, son Dichroplus maculipennis, conocida como la tucura de alas manchadas y B. claraziana, la tucura sapo.
Esta última, es un Acridoideo áptero (sin alas) de unos 4 centímetros de largo cuando son adultos, patas violetas y tegumento brillante. Se trata de una especie endémica de la Patagonia argentina y se ubica desde el sur de Río Negro hasta el sur de Santa Cruz.
“Si bien se desconocen muchos aspectos sobre de su biología, se describe como especie de una generación anual, aunque puede abarcar dos o tres temporadas y se considera que los estadios juveniles son entre nueve y once”, especificó la investigadora.
Y agrego que, a pesar de su falta de alas, tanto las ninfas como los adultos efectúan considerables desplazamientos entre los valles de la Patagonia. Además, destacó que “se trata de una especie polífaga y voraz que consume prácticamente todo material verde que encuentre a su paso, desde los tiernos pastos de los mallines hasta los pastos más duros de la estepa, como especies del género Stipa y Festuca e, incluso, en ocasiones, las ramas bajas de algunos arbustos como Berberis sp. y Senecio sp.”.
Es que, de acuerdo con la investigadora, “estos insectos presentan una amplia tolerancia a adaptarse a distintos ambientes y esto pudo haber contribuido a que varias especies resulten benéficas con el desarrollo de ambientes disturbados”.
Fuente: INTA