E l anuncio de que China abrió su mercado a las exportaciones de carne argentina bovina enfriada y congelada, con y sin hueso (hasta ahora sólo importaba congelada sin hueso), es una muy buena noticia para el país. La apertura alcanza también a la carne ovina y caprina de la Patagonia. La decisión es una excelente oportunidad para analizar lo que ha venido ocurriendo con la producción, el consumo y las exportaciones de carnes.
Por un lado, el caso de la producción y exportación de carne vacuna es uno de los ejemplos más elocuentes de la torpeza, y perversidad, de la política kirchnerista. Por otro, también de la capacidad de respuesta de los productores y consumidores.
Comencemos por el consumo interno donde los datos no sólo son muy positivos cuantitativa y cualitativamente. El 2017 se alcanzó el récord histórico del consumo de proteínas cárnicas con 118,4 kg por habitante, que ubica a Argentina entre los más altos del mundo.
Pero lo notable es cómo cambió la composición de ese paquete de consumo. La carne vacuna alcanzó los 58 kg, la aviar 44,9, la porcina fresca 13,7 y la ovina 1,8 kg. El cambio es extraordinario en favor de una mayor diversificación de los tipos de proteínas que, obviamente, ha implicado un enorme cambio estructural en la producción de las mismas.
Una comparación que ejemplifica lo ocurrido: en 1990 el consumo de proteína animal alcanzaba los 89 kg p/h y de ellos 78,2 kg era carne vacuna; las tres carnes restantes aportaban sólo 10 kg.
El caso del consumo de pollo también es notable: se ha cuadruplicado el consumo p/h en tres décadas. En el caso de la carne porcina fresca se ha duplicado en igual lapso.
Las explicaciones de estos cambios se atribuyen a las variaciones de precios entre ellas, especialmente el abaratamiento y menor precio del pollo y el cerdo frente a la carne vacuna.
En el caso de la carne aviar ha influido tanto una fuerte promoción, una mejora de la calidad, como una adecuación de las presentaciones que facilitan las tareas del consumidor. Igualmente debe considerase que las recomendaciones sobre la salud, mejorando la dieta alimentaria, realizadas durante muchos años, han tenido sus efectos.
Ahora bien, los 118,4 kg p/h se consideran un techo, no sólo difícil de pasar sino que especialistas en salud tampoco lo recomiendan. Si el mercado en conjunto está en un techo, lo que aumente alguna de las carnes será a costa de la reducción de otra.
Cabe entonces preguntar por qué el futuro es alentador y la respuesta viene por el lado de las exportaciones, sobre todo de carne bovina pero también aviar. Quizás a más largo plazo, cuando la producción lo permita, también la porcina.
Para ello conviene repasar algunos números. Hacia fines del siglo pasado el stock ganadero vacuno superaba las 60 millones de cabezas y se llegó a exportar 700.000 t. de carne. Después de “la década ganada” con su batería de medidas para “defender la mesa de los argentinos”, el rodeo se redujo en 10 millones de cabezas y las exportaciones apenas superaban las 100.000 toneladas.
Las medidas adoptadas por el gobierno de Cambiemos, tales como la eliminación de la prohibición de exportar, de las retenciones y otras, han producido un efecto muy positivo sobre el sector. Se han recuperado tres millones de cabezas del stock y las exportaciones el año pasado alcanzaron las 300.000 t. y se espera que este año lleguen a 400.000 t.
Todos coinciden en que el sector ganadero requiere cambios importantes que van desde aumentar el peso de faena, cambiar sistema de comercialización (terminando con la media res), como la eliminación de la informalidad y la competencia desleal que ella crea.
En este terreno en el último año se ha avanzado bastante con la acción coordinada del Senasa y la AFIP.
En síntesis, la buena perspectiva de la producción y exportación de carnes debe ser seriamente tenida en cuenta, tanto por el gobierno como por el sector privado en nuestra provincia.