A pesar de la intensa campaña en su contra, impulsada tanto por sectores ambientalistas como por algunas instituciones oficiales, los alimentos de origen animal siguen ocupando un lugar central en las elecciones del consumidor, especialmente en el mundo desarrollado. Frente a los embates que los responsabilizan del cambio climático o los señalan como riesgosos para la salud, los productos naturales como la carne, la leche y los huevos parecen salir airosos, sostenidos por la preferencia popular.
Desde hace años, distintas voces han abogado por reducir o incluso reemplazar el consumo de proteína animal. Algunos gobiernos, como los de Estados Unidos o ciertas naciones de la Unión Europea, han recomendado disminuir su ingesta. Sin embargo, la realidad que se observa en góndolas, estadísticas y hábitos alimenticios parece contradecir esas proyecciones. Para el autor español Juan Pascual, autor del libro Razones para ser omnivoro , la clave está en la variedad: una dieta saludable debe incluir alimentos de origen animal. Y no ve señales claras de que los consumidores en los países más desarrollados estén dispuestos a renunciar a esa fuente de nutrición.
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Durante años, algunos medios no dudaron en titular que el futuro sería “plant-based”, augurando un desplazamiento total de productos como la carne, la leche y los huevos. Pascual invita a mirar los números actuales y contrastarlos con esas predicciones que, dice, quedaron más cerca de la ciencia ficción que de la realidad.
Un ejemplo concreto: en el Reino Unido, el consumo de cereales para el desayuno —uno de los mercados más grandes de Europa en este rubro— ha caído distributivamente en la última década, mientras que la proteína animal ha ganado terreno en la primera comida del día. Esta tendencia se puso en jaque al sector: una empresa ya anunció 300 despidos, otra planea cerrar su planta en Merseyside y dejar de producir cereales de marca propia. Las diez principales marcas vendieron, en conjunto, 10,1 millones de kilos menos en el último año.
Del otro lado del Atlántico, en Estados Unidos, los sustitutos del queso también están perdiendo la batalla. Las ventas mensuales de estos productos cayeron a apenas 8 millones de dólares, con una disminución constante del 4,4% cada mes. Mientras tanto, el queso natural factura unos 1.200 millones de dólares mensuales y sigue creciendo a un ritmo del 3,5%. Pascual ironiza: “Al parecer, preferimos comida real antes que lácteos ultraprocesados sin valor nutricional. ¡Quién lo hubiera dicho!”
Y los datos nutricionales respaldan esta elección. Un análisis comparativo entre quesos tradicionales y sus reemplazos vegetales arrojó que estos últimos contienen, en promedio, 60 veces menos proteínas, 8 veces menos calcio y un 50% más de sodio por cada 100 gramos. Además, presentan un perfil de ácidos grasos menos favorable, con un 50% más de saturados, casi cinco veces menos monoinsaturados y apenas un tercio de poliinsaturados. Si bien no contienen grasas trans, su aporte nutricional general es significativamente inferior.
En lo económico, las consecuencias son claras. Las empresas detrás de estos productos vegetales están viendo caer sus en bolsa, y muchos enfrentan despidos, cierres y desinversiones. La industria de sustitutos cárnicos tampoco escapa a esta crisis. La primera compañía en experimentar con estas alternativas en Estados Unidos volvió a reducir su plantilla recientemente, ante una demanda que no se compara con la de la carne real. Incluso en situaciones extremas, como ante la llegada de un huracán en Florida, los consumidores vacían las góndolas de carne vacuna mientras los productos vegetales quedan casi intactos. Pascual cita esa imagen viral de un supermercado como ejemplo contundente.

Algo similar ocurre con la carne cultivada. Aunque todavía no está disponible masivamente, el entusiasmo inicial de los inversores ha disminuido. Las prohibiciones sobre este tipo de productos crecen: entre los últimos estados en restringir su comercialización se encuentran Wyoming y Montana. La inversión en este rubro parece haberse frenado antes de despegar.
Mientras tanto, el consumo de productos animales sigue firme. En España, por ejemplo, la demanda de carne aumentó más del 6% y la de huevos casi un 8% en el último año. Incluso en países que aparenten mayor sensibilidad frente al debate sobre el consumo de carne, los números muestran un incremento en lugar de una caída. “Las alternativas no han funcionado. El mercado las rechaza, y muchas empresas están al borde del colapso”, resume Pascual.
No se trata de falta de disponibilidad: los supermercados y restaurantes ofrecen hoy una gran variedad de productos basados en vegetales. Una encuesta de Gallup realizada en 2019 reveló que la mitad de los estadounidenses conocían estos sustitutos y cuatro de cada diez los habían probado. Muchos de quienes redujeron su consumo de carne lo hicieron por motivos ambientales o de salud. Aun así, estas decisiones no han derivado en un aumento significativo de vegetarianos o veganos entre la población adulta, que sigue siendo un porcentaje muy bajo.
Juan Pascual propone abandonar el enfoque ideológico y centrarse en los datos. “Que cada quien elija qué comer, pero no se puede negar la evidencia: carne, leche, huevos y pescado tienen una densidad nutricional única, con nutrientes que no se encuentran en otros productos. Y parece que la mayoría de la gente, simplemente, los prefiere”.