El economista de la Universidad Johns Hopkins, Steve Hanke, elabora semanalmente su observatorio de divisas.
De acuerdo a su ranking, Venezuela ocupa el primer lugar. Le siguen la libra libanesa, el dólar zimbabuense, la libra sudanesa y la libra siria. El peso argentino está en el sexto puesto.
Según explica el economista, las devaluaciones de la moneda están asociadas con un aumento de la tasa de inflación y este está asociado con tasas más lentas de crecimiento del PBI per cápita. Por lo que se pregunta la razón de por qué los políticos adoptan la idea de que las devaluaciones de la moneda son un elíxir que puede reducir los déficits comerciales y de cuenta corriente y estimular el crecimiento. Esto es una ilusión, si fuera algo más que una ilusión, la Argentina sería uno de los lugares más competitivos del mundo.
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Hanke añade que la mayoría de empresarios y políticos se sienten atraídos por el engaño de la devaluación porque padecen miopía y atribuyen un peso irracional a lo que perciben como los beneficios a corto plazo de una devaluación de la moneda, sin siquiera considerar los costos a más largo plazo. Visto de esta manera, las devaluaciones siempre parecen atractivas.
En un proceso de devaluación monetaria, suben la inflación, los costos de producción de bienes y servicios y las exportaciones. Cualquier beneficio competitivo comercial a corto plazo que genere la devaluación será destruido por la inflación. Por eso las devaluaciones son un engaño y por eso los países adictos no logran obtener ventaja competitiva porque siempre están sumergidos en un crecimiento económico lento y volátil, remarca el economista.