Los superimpuestos sobre superganancias no son muy comunes en el mundo. El Reino Unido los ha aplicado al sector de petróleo y gas (Petroleum Tax Revenue), Australia lo ha hecho sobre la explotación de carbón y mineral de hierro (Minerals Resource Rent Tax) y la Argentina hizo lo propio con las mal llamadas retenciones que son un impuesto directo a la exportación agropecuaria.
La gran diferencia con los otros casos es que en el Reino Unido y en Australia se aplicaban sobre pocas empresas con alta rentabilidad mientras que en la Argentina se aplican sobre todos los productores, sin importar si ganan o pierden.
La apelación gubernamental a pagar más impuestos a los que más tienen en momentos de gran precariedad social y fiscal se desentiende de la rentabilidad final de los productores.
El punto más importante es que no estamos en presencia de superganancias en el sector agropecuario argentino y que tal como están diseñadas, las retenciones no tienen en cuenta el resultado final del productor. Cada uno de ellos presenta un caso distinto en cuanto a fletes, rindes o planteo productivo. Parecería que la lógica del impuesto es que todos ganan y que los riesgos climático, financiero o empresarial son neutros.
Más del 60 por ciento de los dólares de las exportaciones argentinas corresponden al campo y al complejo agroindustrial. A su vez, el campo es el único gran proveedor neto de dólares del país con un superávit en el orden de los 20 a 25 mil millones de dólares. No existe otro complejo exportador que se acerque a estas cifras siendo Vaca Muerta una gran promesa con un gran potencial, pero que recién está en vías de concretarse.
Este tipo de impuestos desalienta no solo la inversión en infraestructura sino también en tecnología con planteos productivos que no buscan maximizar los rindes sino minimizar el uso de la caja en detrimento de planteos agronómicos sustentables.
La dinámica de los anuncios oficiales se basa en un gran ajuste del sector privado por el lado de los ingresos fiscales, pero poco se ha expresado el nuevo ministro sobre el gasto público y la eficiencia del mismo. Es claro que no estamos frente a un plan integral y holístico sino a parches urgentes de corto plazo.
Esperemos que próximamente se presente un plan de largo plazo que plantee una mirada integral de ingresos y egresos con una lógica innovadora que apunte a una mayor eficiencia y productividad del sector público (nacional, provincial, municipal y empresas del estado). En todo caso, los dólares para el resto de la economía los seguirá aportando el campo.
Fuente: La Nación – Por: Horacio Busanello – Consultor