El viejo dicho que reza “compra tierra, nadie está fabricando más de ella” tiene implicaciones que merecen una reflexión.
Desde una perspectiva de inversión, la tierra se considera fija y finita, mientras que la energía solar, el agua y otros recursos “renovables” se ven de manera diferente. Usando un horizonte temporal más largo, podemos concluir que la tierra no es fija ni estática, sino que se caracteriza por procesos biofísicos y vínculos con los sistemas y las economías que dan forma al uso del suelo. Desde una perspectiva de desarrollo que contempla la conservación del medio ambiente , los procesos de degradación de la tierra, la deforestación y la desertificación, observados mayormente en muchos países en desarrollo, son una preocupación.
El objetivo de neutralidad de degradación de tierras, que busca lograr que la degradación neta de la tierra sea igual a cero, ha estado en foco debido a la reciente COP13 de la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (Unccd, en sus siglas en inglés) en China. Allí se lanzó el Fondo de Neutralidad de Degradación de Tierras, con una base de US$300 millones, para apuntalar la gestión sustentable de la tierra en apoyo del objetivo de desarrollo sostenible Nº 15: “Vida de ecosistemas terrestres“.
La degradación de la tierra a menudo está estrechamente relacionada con la pobreza, el cambio climático y la vulnerabilidad, especialmente en los países más pobres. La agricultura de tala y quema, el uso excesivo de carbón y otras prácticas no sustentables de uso de la tierra están contribuyendo a la pobreza arraigada en las zonas rurales, así como a acrecentar las emisiones de gases de efecto invernadero. Mientras el primer mundo tiende a centrarse en cómo mitigar el cambio climático, el cambio en el uso de la tierra es la principal fuente de emisiones en la mayoría de los países en desarrollo y un factor de vulnerabilidad. El número de personas que viven en tierras agrícolas degradadas ha disminuido en los sectores más desarrollados del mundo en los últimos años, pero ha aumentado significativamente en los países más pobres, especialmente en el África subsahariana.
Al mismo tiempo, las energías renovables en su generalidad no son sostenibles: la alta dependencia de la biomasa tradicional y la agricultura de subsistencia en los países en desarrollo contribuyen a la degradación de la tierra que atrapa a los hogares rurales en la pobreza. Al igual que con la economía fósil, la “economía natural” también debe pasar a una economía circular y renovable, incluida una bioeconomía sostenible que utiliza materiales biológicos, maximiza la reutilización y el reciclaje y mantiene la salud del suelo.