El papel que juegan los cultivos transgénicos en la conservación del suelo

Se estima que para el año 2050 la población mundial llegará a superar los 9.000 millones de habitantes, lo que supondrá el aumento de la demanda alimenticia al doble. Este incremento en la demanda de alimentos saludables y nutritivos solo se podría suplir si la producción agrícola aumenta un 70%.

El suelo es la base para la producción de alimentos, piensos, combustibles y fibras, siendo un componente fundamental en la agricultura y otros servicios esenciales. No obstante, no siempre se le ha dado la trascendencia oportuna. Como recurso finito, la superficie de suelo es limitada y su pérdida y degradación es irreversible. La presión que se ejerce sobre el suelo, debida a la intensificación y el uso competitivo con los fines descritos, está causando estragos en su disponibilidad y su capacidad productiva. Además, también se ve afectada la contribución del suelo a la seguridad alimentaria y el mantenimiento de los servicios ecosistémicos fundamentales como la descomposición de desechos o la filtración de agua.

Actualmente, el área cultivable supone el 10% de la superficie total de la Tierra, según datos de la FAO; excluyendo a aquella tierra de barbecho sometida a rotaciones en cultivos y a la tierra potencialmente cultivable. No obstante, la tierra destinada a la agricultura supone más de un tercio de la superficie total de la Tierra, incluyendo en estas estadísticas a la tierra de pastos, bosques, montañas y masas de aguas continentales, que son tierras con potencial uso en actividades agrícolas, independientemente de su calidad. La pregunta que surge tras el conocimiento de estos datos es si existe la posibilidad de aumentar la superficie destinada a cultivos para hacer frente al incremento de la demanda de alimentos derivado del inevitable incremento poblacional.

Los suelos aptos para el crecimiento de cultivos presentan un balance entre compuestos minerales (arenas, arcillas…), agua, aire y materia orgánica del suelo (SOM, por sus siglas en inglés). Este equilibrio conlleva la retención y drenaje del agua, oxigenación en la raíz, aportación de nutrientes para el crecimiento del cultivo y soporte físico para las plantas. Todo ello influenciado por el clima, el tiempo, la topografía y los organismos. Cada uno de estos factores tiene una implicación directa en la idoneidad del suelo para su uso en agricultura. Tras un crecimiento del área cultivada del 12% en los últimos 50 años, cabría pensar que es complicado superar la escasez de tierras con los requerimientos antes mencionados.

Sin embargo, una nueva evaluación realizada por la FAO y el Instituto Internacional de Análisis Aplicado de Sistemas, sugiere que existe todavía un potencial agrícola no utilizado. Esta evaluación se basó en la comparación de los terrenos mundiales con las necesidades de los cultivos principales, y se concluyó que 2.800 millones de hectáreas son prácticamente idóneas para la producción de secano. Esto supone el doble de lo que se cultiva actualmente.

Aún teniendo estos resultados esperanzadores, gran parte de esta tierra potencial no está disponible debido a que está destinada a otros usos valiosos: 45% está cubierta por bosques, 12% corresponde a zonas protegidas y un 3% pertenece a emplazamientos humanos. A esto se suma que algunas de las tierras restantes tengan características que dificultan la agricultura, como pueden ser la baja fertilidad, terrenos accidentados, toxicidad del suelo, etc.

Escasez de Tierras para el Futuro

Se estima que para el año 2050 la población mundial llegará a superar los 9.000 millones de habitantes, lo que supondrá el aumento de la demanda alimenticia al doble. Este incremento en la demanda de alimentos saludables y nutritivos solo se podría suplir si la producción agrícola aumenta un 70%. Este incremento de población conllevaría una mayor conversión de tierra agrícola a urbana, reduciendo todavía más las posibilidades de incrementar la superficie de tierra cultivable. Los suelos son un recurso clave para satisfacer las necesidades globales crecientes, y el aumento previsto en la producción de alimentos, fibras y combustibles supone una mayor presión sobre ellos, alcanzando un nivel crítico.Ante este reto, los cultivos transgénicos juegan un papel fundamental, permitiendo un incremento real de la producción agraria sin necesitar una mayor superficie de cultivo para obtenerlo. Entre los beneficios de los cultivos transgénicos se encuentran: una disminución en la superficie de cultivo necesaria para obtener una misma producción por cultivos tradicionales, el ahorro en la cantidad de agua necesaria para su cultivo, mayor fijación de CO2 y un mayor rendimiento medio. Pero no solo nos brindan la ventaja de “producir más en menos espacio”, el uso de variedades adaptadas permite una mayor conservación del suelo.

La utilización de variedades adaptadas hace posible la reducción de la brecha de producción ante la que nos encontraremos en un futuro. Al adaptarse a las condiciones locales, se hacen más resilientes frente a estreses bióticos (insectos, enfermedades, virus) y abióticos (inundaciones, sequías), obteniendo como resultado un mayor rendimiento. El informe de la FAO ‘How to Feed the World in 2050’ afirma que la pérdida global de ganancias debida a estreses bióticos corresponde al 23% de los rendimientos potenciales de los cultivos mayoritarios. Luego su uso es imprescindible para afrontar el reto alimentario.

Suelo-cultivo-maíz

Sólo en España, el cultivo de maíz biotecnológico ha permitido en los últimos 18 años una producción extra de 1.093.868 toneladas (1). Para conseguir esta producción a través de cultivos convencionales habría sido necesario incrementar la superficie de cultivo en 106.775 hectáreas. Esto habría ocasionado un gasto de agua agregado de 615.778 miles de m3. El cultivo de maíz Bt también ha generado en España una fijación neta de carbono adicional de 849.935 toneladas de CO2 equivalentes. Esto implica que desde el inicio del cultivo del maíz Bt en España se han compensado las emisiones anuales de CO2 de más de 25.000 coches.

Entre 1996 y 2014, la biotecnología agraria ha sido responsable a nivel global de una producción adicional de 541,1 millones de toneladas de soja, maíz, fibra de algodón y colza (2). Esta producción extra se logró sin aumentar la superficie de cultivo. Además, la biotecnología agraria ha reducido los tratamientos con pesticidas en 581 millones de kilos, cantidad equivalente al total de pesticidas aplicados en China durante más de un año. Se ha disminuido así el impacto ambiental asociado a los herbicidas e insecticidas en un 18,5% en todo el mundo entre 1996 y 2014.

Un reciente estudio económico europeo concluía que los beneficios ambientales del crecimiento de la productividad son muy superiores a los beneficios económicos directos de la expansión de la superficie productiva (3). Es más sostenible incrementar la productividad agraria que expandir las tierras de cultivo.

Los datos hablan por sí solos. Es evidente que el uso de esta potente herramienta agraria, los cultivos transgénicos, no es trivial y se erige como uno de los pilares fundamentales para afrontar este reto agroalimentario presente y futuro. Una tecnología de la que se benefician ya más de 18 millones de agricultores de todo el mundo, el 90% de ellos pequeños agricultores de recursos limitados en países en vías de desarrollo (4).

Fuente: Fundación Antama