Sus primeras obras fueron compradas en 1926 por Marcelo T. de Alvear. Pero fue la compañía textil la que lo hizo el pintor más popular del arte local. Hasta Walt Dinsey lo buscó para ilustrar sus películas.
Nacido en Buenos Aires, Florencio (1891-1959), amó el campo en los veranos que pasó tanto en Entre Ríos como en los Pagos del Tuyú camino a Pinamar. Nunca pensó en ser artista. Su sueño era ser consignatario de hacienda o terrateniente. No realizó estudios y cuando trabajaba en la Sociedad Rural como empleado administrativo fue tentado por sus compañeros a exponer los pasteles que realizaba y que sólo ellos conocían.
Fue en 1926 cuando los expuso y la compra de dos de ellos por parte del Presidente, Marcelo T. de Alvear, le dio rápida fama, aunque los precios eran más que pobres. Empezó a exponer en la Galería Witcomb, tanto en Mar del Plata como en Buenos Aires, e incluso en alguna librería en París, apoyado por amigos franceses.
Fue la compañía Alpargatas la que lo hizo el pintor más popular de nuestro arte. Desde 1931 hasta 1945, en 12 oportunidades, ilustró los almanaques de la compañía que se entregaban a principio del año en los almacenes de todo el país. Se estima que se regalaron 18 millones de imágenes. Fueron 144 litografías que nos mostraban la actividad del gaucho y nos daban una imagen ajustada del candor, el trabajo y la simpatía del hombre del interior.
Florencio no trabajaba con modelos. Todo surgía de su imaginación y hasta las ropas las inventaba y luego la industria textil las copiaba, porque el gaucho quería vestirse como sus personajes. Trabajaba en témpera, en hojas de papel francés de 35×50 cm. Generalmente, lo hacía de noche con luz artificial y sobre un tablero de arquitecto, escuchando música clásica. Walt Disney lo buscó para que ambientara algunas películas que estaba realizando en la década del 40. Fueron amigos, pero no funcionó el trabajo en equipo. También realizó publicidades para importantes empresas americanas, pero nunca logró que lo respetaran como artista, dado que lo veían como un mero ilustrador. Sin embargo, él mismo ayudó a ello al calificar como caricaturas sus primeros trabajos.
Otro trabajo importante fueron las obras que realizó en óleo para los calendarios de la empresa americana Minneapolis-Moline Machine. Cerca de 200 obras de gran calidad.
Hay un museo con sus obras en San Antonio de Areco, que se llama Las Lilas y es extraordinario. Hay que visitarlo. Están los originales de las litografías de Alpargatas y también dibujos de cavernícolas que realizó en la década del 30 para el diario La Razón. Incluso hay recuerdos de su vida, atesorados por el creador del museo.
He tenido la suerte de realizar 41 exposiciones sobre su obra, que han sido visitadas por más de 2 millones de personas. Me emociono y me alegro cuando veo sus obras. Es como si con el artista participáramos de un rito, admirando a sus personajes. En 1996 presenté mi libro sobre su obra y realizamos una megaexposición en el Palais de Glace, la cual fue una fiesta completa e inolvidable.
Hoy son pocas las obras que aparecen en el mercado y generalmente es en Estados Unidos donde logramos adquirirlas.
En vida, Florencio llegaba al Hotel Alvear con su carpeta de témperas. Las ofrecía a u$s 100 y sus compradores eran los extranjeros. Cuando en 1959 realizó su última exposición, la misma fue la más exitosa. Logró vender 80 obras a un promedio de u$s 400 de hoy. Esas obras hoy valen 100 veces más.
Como decía José Hernández: “No pinta quien tiene ganas, sino quien sabe pintar…”.
Por Ignacio Gutiérrez Zaldívar | Especial para El Cronista