La incorporación de nuevas malezas resistentes a los sistemas agrícolas no pasa de moda. Desde la Red de conocimiento en Malezas Resistentes (REM), aseguran que ya se contabilizan 32 biotipos resistentes. Y lejos de encontrar un techo, la curva ascendente no termina de torcerse. “En la Argentina estamos a un ritmo de sumar entre tres y cuatro malezas resistentes por año”, advierte Martín Marzetti, gerente del programa que depende de Aapresid.
El Yuyo colorado (Amaranthus hybridus) aparece como la principal problemática y no para de crecer en superficie. Inicialmente su foco se encontraba en el sur de Córdoba, pero ahora se ha ampliado a toda la zona núcleo y el norte del país, incluso incipientemente en el Sur, ocupando más de 13 millones de hectáreas. Pero no está solo. A su lado se encuentran también las gramíneas, el segundo grupo de malezas en importancia y que actualmente deben ser incluidas en el manejo de cualquier lote. Sorgo de Alepo (Sorghum halepense), Capín (Echinochloa colona), Pata de gallina (Eleusine indica) y Raigrás (Lolium multiflorum) son algunos de sus principales exponentes.
Ninguna de estas malezas es inmanejable y todas tienen una solución química. “El productor se ve obligado a sumar un nuevo herbicida, a implementar otra estrategia de cultivo, a modificar la fecha de siembra. Toda una serie de prácticas que conllevan a una pérdida de rendimiento o un mayor nivel de gasto”, explica.
Sin embargo, no hay un promedio o una cifra que sintetice cuánto se pierde por esta problemática. “Sería muy difícil porque existen muchas variables. Depende de la zona, del lote, del nivel de infestación”, sintetiza Marzetti. En cambio, sí se puede poner en números el gasto en herbicidas que significa el combate a las múltiples resistencias, un dato que golpea de forma directa en el bolsillo de los productores: “Hace diez años el gasto promedio por hectárea para un lote de soja estaba entre 30 y 40 dólares, mientras que hoy está entre 80 y 100”.
El experto reconoce que hay muchas novedades dentro de la paleta de herbicidas pero ninguna es disruptiva como pudo haber sido el glifosato en su momento. “Hay que aprovecharlas sabiendo que no hay ningún producto revolucionario con el que puedas descansar tranquilo. Eso no existe, ni va a existir”, reafirma. La clave entonces pasa por tomar a los fitosanitarios como una herramienta más dentro de un marco general que tenga como premisa un manejo diversificado y estratégico de los cultivos. Monitoreo sistemático, rotación de cultivos, una eficiente limpieza de la maquinaria durante la cosecha, ampliar la diversidad de herbicidas, incorporar cultivos de cobertura o tratar de hacer barbechos lo más cortos posibles (ver aparte), son algunas de las recomendaciones de Marzetti para tratar de mitigar los daños causados por las malezas. “Además hay que tener mucha presencia sobre el lote, lo que significa poner los pies sobre la tierra y tomar las decisiones en el momento adecuado”, argumenta.
En ese sentido, para el gerente de la REM se abre una luz de esperanza de cara al futuro ya que hay un notable cambio de predisposición por parte de los productores argentinos. “Hoy estamos rotando mejor que hace unos años, aunque todavía faltan incorporar más cultivos de invierno o de servicio. Pero además, se ha entendido que se trata de un problema grave cuya solución no radica en el uso exclusivo de herbicidas, sino más bien en hacer una agricultura más sustentable y con el menor impacto ambiental posible. “Hoy por hoy, el manejo de malezas debe tener en cuenta la demanda social por un menor uso de insumos. Ya no se puede hacer cualquier cosa con el solo fin de combatir una maleza. Siempre tenemos que tener como faro la inclusión de prácticas que sean más amigables con el medio ambiente”, concluye.
Fuente: AAPRESID – La Nación